Sin saber que ese día sería el más frío de 1968, Joan Jonas se desplazó junto a un grupo de bailarines hasta la nevada playa de Long Island para realizar una de sus acciones filmadas. A menos veinte grados y azotados por las fuertes rachas del Atlántico, los cuerpos se balancean y luchan por mantenerse erguidos bajo unos pesados abrigos claveteados de espejos donde se refleja el paisaje, componiendo una suerte de hipnótica coreografía sobre la resiliencia del ser humano frente a la inclemencia de la naturaleza.
La muestra, hasta el 13 de febrero, forma parte del ciclo en el que jóvenes comisarios son invitados a introducir nuevas miradas y discursos a partir de las obras de las colecciones de arte de la Fundación La Caixa y el Macba. Acarín Wieland, cuyo trabajo se inscribe en la intersección entre la performance, la arquitectura y el arte, comenzó a preparar la exposición en los últimos días del confinamiento.
“El virus es como una especie de agente subversivo que emerge de la historia genética del planeta para alterar el orden establecido” señala el comisario, para quien su manera de actuar puede ayudarnos a “aprovechar este momento de cambios profundos motivado por la pandemia, pero también por el cambio climático y el desajuste económico y social, para mutar nuestra propia manera de organizarnos en el planeta”.
Acarín Wieland ha seleccionado diecinueve obras, desde los años sesenta hasta la actualidad, que tienen que ver con la performatividad de los objetos o con la idea de crisis, desequilibrio, desajuste, ruptura, colapso, transformación… Piezas que son puertas abiertas al espectador, como ese triángulo tensado de Àngels Ribé (3 punts ) del que el espectador forma parte y va cambiando su percepción a medida que se desplaza en el espacio, o los prototipos de esculturas minimalistas con los que Francesc Torres quiso dinamitar el mercado a finales de los sesenta mediante unos recortables de cartulina para ser montados por el espectador que podrían reproducirse hasta el infinito.
Acarín Wieland ha dispuesto las piezas como si se tratara de una tela de araña cuyos hilos tejen conexiones misteriosas, como la Tejedura de Gego que mira el pájaro-móvil de Moisès Villèlia, compartiendo espacio con una escultura disecada de Antoni Llena, acaso el propio artista reducido a unos pequeños objetos metidos en una bolsa de plástico, o la misteriosa Bolsa dorada con la que Dora García nos desafía ante ese mundo convertido en un Montón de escombros , de Cyprien Gaillard, que anticipa el caos.
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